La adolescencia, una de las etapas más complicadas para los chavales porque no saben muy bien donde identificarse, se sienten perdidos y tienen unas prioridades que no tenemos los padres. Así mismo, también es un época complicada para los padres, por ello en la siguiente entrevista que me hicieron para eldiario mi compañera Violeta Alcocer y yo os damos algunas recomendaciones para que os ayuden a entenderles.

Los adolescentes, aunque no lo parezcan, son terriblemente vulnerables: tienen que lidiar con cambios físicos, emocionales, sociales y familiares y hacerlo todo contando con un sistema nervioso aún inmaduro. Es como si cada día se tuvieran que mirar al espejo y preguntarse: ¿quién soy hoy? Lo que los adultos ven, sin embargo, es la superficie: malas contestaciones, aislamiento, impulsividad, desinterés y actitudes desafiantes. Y cada vez que se les responde a todo eso desde el enfado, las amenazas, fiscalizando sus vidas o con un “haz lo que quieras”, lo que ellos entienden es: esto no es un territorio seguro, mejor me alejo.

La psicóloga Araitz Petrizán y la psiquiatra Maite Nascimento, autoras de Trece razones para hablar con tu hijo adolescente (Ediciones B), sugieren que “es necesario aceptar la inestabilidad como algo propio de la adolescencia: el choque va a ocurrir de forma inevitable y no podemos evitar el conflicto, pero sí encauzarlo y dirigirlo”.

“No me esperéis a cenar”

Inmunes e inmortales. Estas son las creencias sobre sí mismos que tiene casi cualquier chaval que se encuentre en esta edad. Y con esta idea se visten, dicen que se van a pasar la tarde con amigos y aseguran que llegarán a casa antes de las doce. Cualquier adulto sabe bien la cantidad de riesgos a los que se expone una persona joven; y según apuntan neurocientíficos como Daniel Siegel, no les importará ponerse en peligro si la recompensa (social principalmente) merece la pena.

Petrizan y Nascimento añaden que “un adolescente tiene que ir contra todo el sistema que le ha acompañado durante sus primeros años de vida para poder identificarse y encontrarse a sí mismo. Desconocen cuáles son sus límites y los exploran sin tener demasiado en cuenta las consecuencias.

Con este panorama, lo que se encuentran en casa los chavales, como es lógico, son un montón de advertencias y prohibiciones. Pero si pudiésemos leer sus mentes, detrás del “no me esperes” seguramente encontraríamos algo parecido a “necesito sentirme libre, pero también saber que estáis ahí por si os necesito”.

A la hora de establecer normas, parece que la clave está en llegar a acuerdos con flexibilidad. Así lo cree Alejandra García Pueyo, psicóloga especialista en infancia y adolescencia, que afirma que “las prohibiciones no funcionan bien a esta edad”, subrayando la importancia de “establecer un clima de confianza, donde, si le ocurre algo, por ejemplo ha bebido y necesita nuestra ayuda, tenga la tranquilidad de poder acudir a nosotros”. En este sentido, añade que “es importante tener en cuenta sus necesidades y establecer la hora de llegada con él. Pero que sepa que estamos disponibles en caso de aprietos es esencial”.

“Que te pires”

El problema está en que, cuando uno tiene ya aprendidas las coletillas, no es tan fácil evitarlas y mucho menos en situaciones de tensión (“Sal ya de mi cuarto”). A menos que uno sea consciente de que lo que significa esta frase es algo parecido a: “por favor, dame un poco de espacio, necesito estar a solas un rato”, lo que el adulto siente en esta situación es un gran desafío y lo que habitualmente hará es responder con indignación e imposición de poder (“¿Cómo? Tú a mi no me vuelves a hablar así”).

Sin embargo, “si frente a estos comentarios nos desbordamos, gritamos e insultamos –apuntan Petrizán y Nascimento– perdemos la autoridad y contribuimos a incrementar la tensión, haciendo que la discusión y el conflicto vayan en aumento. No obstante, si presentamos autocontrol emocional y respondemos serenos, seguros y firmes, les ayudaremos a regular sus impulsos y les daremos la oportunidad de aprender cómo responder en situaciones de malestar emocional. Debemos tomar distancia y no interpretar literalmente las expresiones, pues hemos de ser conscientes de que surgen desde la inmadurez”.

Lo recomendable, añade García Pueyo, es “no responder a esas frases en el momento, sino esperar a estar todos tranquilos y entonces hablar de ello explicando cómo nos sentimos; incluso abordar lo ocurrido desde el humor, que siempre acerca”.

“Paso”

Si en algún momento hemos pensado que los adolescentes son vagos y están desmotivados, observemos más atentamente. Por lo general descubriremos que hay muchas cosas que les motivan (videojuegos, chatear hasta altas horas de la noche, dormitar, salir por ahí con sus amigos, planear un viaje en grupo…). ¿Y entonces? García Pueyo asegura que “lo que echamos en falta, en realidad, es que sus prioridades sean iguales que las nuestras (ordenar su cuarto, ducharse, llamar por teléfono si se retrasa, cenar en familia…), cosa que no siempre va a suceder”.

Frente a su pasotismo, la reacción adulta suele ser, aparte de las críticas, la desesperanza (“No hay nada que hacer con este chico”). Sin embargo, cuando un chaval pone los ojos en blanco ante la idea de ir a una comida familiar, lo que posiblemente está diciendo es: “Necesito que toques las teclas adecuadas, ayúdame a interesarme”. Una idea para conseguirlo, dice la especialista, es “involucrarnos nosotros en sus intereses para recuperar la conexión y la cercanía, en vez de exigir que hagan ellos el esfuerzo en primer término”.

En cualquier caso, concluyen Petrizán y Nascimento, “habitualmente esta desmotivación es solo transitoria y una reacción normal al proceso de adaptación ante los cambios que están atravesando. La motivación se nutre del bienestar de enfrentarse a retos y superarlos. Por lo tanto, tratemos de asegurarle un escenario donde encuentre retos a su medida”.

 

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