El Síndrome Post-vacacional. (Audio)
Entrevista de Alejandra García en las mañanas de onda aragonesa hablando sobre el síndrome post-vacacional y algunas recomendaciones para hacer la vuelta a la rutina más llevadera.
Entrevista de Alejandra García en las mañanas de onda aragonesa hablando sobre el síndrome post-vacacional y algunas recomendaciones para hacer la vuelta a la rutina más llevadera.
Varios psicólogos consultados por RTVE.es adelantan que no hay respuestas sencillas ni genéricas a esas preguntas, pero sí consideran que hay algunos consejos que podrían ayudar a las familias a abordar esa conversación necesaria y obligatoria.
El psicólogo Javier Urra, experto en infancia y adolescencia, incide, antes de lanzar sus recomendaciones, en que la sociedad no debe «girar el tablero» para poner el foco en la responsabilidad que tienen los niños o los padres en casos como el de este crimen. Él opina, y lo señala varias veces durante la entrevista, que «este tipo de depredadores no deberían estar en la calle» y que lo sucedido no es un «accidente», sino «un fallo del sistema».
Una vez lo deja claro, aconseja a las familias que hablen con sus hijos de manera calmada y «sin alarmismo» sobre estas situaciones.
Shamira Díaz, también psicóloga infantil, propone que, antes de hablar con los menores, sean los padres quienes se sienten a solas y «se paren a pensar cómo se sienten ellos», ya que lo que trasladen a los niños después va a depender en gran medida de sus emociones.
«Tener miedo como padres es natural y tenemos que aceptarlo, pero sí he de poner un límite entre mi miedo como adulta y el de mi hijo. Hay que decir ‘yo soy una persona y mi hijo es otra persona y no tiene por qué vivirlo de la misma forma que yo», explica esta psicóloga, quien subraya que a los niños hay que hablarles «en frío, cuando ya se ha gestionado el propio miedo».
Una vez hecho ese ejercicio, hay que intentar acercarles a la situación de un modo adecuado para su edad y enfocar el mensaje como si se estuviera acordando una norma familiar. No debe convertirse en una simple orden o prohibición sino en una especie de pacto.
«A veces les decimos ‘no hables nunca con desconocidos’ y, sin darnos cuenta, les angustiamos. Les podemos decir, por ejemplo: «Cariño, cuando estés jugando en el parque, si alguien te dice que puedes ir a ver unos juguetes que tiene superchulos o te quiere dar unos caramelos o te invita a ver un cachorrito, nos lo tienes que decir a los papás primero. No te puedes ir sin avisarnos», dice la psicóloga Alejandra García Pueyo, psicóloga infanto-juvenil y psicoterapeuta familiar.
Lo siguiente es contarles cómo deben actuar si esa situación se da y un desconocido insiste en que les acompañe. Lo que hay que decirle a los niños en estos casos es que no se acerquen demasiado, que salgan corriendo e, incluso, que griten para pedir ayuda.
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García Pueyo sabe que alcanzar el equilibrio para que el mensaje cale en ellos sin provocar demasiada inquietud es difícil y por eso pide hacerlo en tono calmado. Se trata de que no vivan la prevención «desde el miedo», sino «desde la conciencia», y de que conozcan las razones por las que no se deben ir con desconocidos.
«Podemos preguntarles a ellos por qué piensan que les decimos esto y por qué creen que es importante que sepamos dónde están. Muchas veces lo que ocurre es que ellos aceptan la norma en piloto automático. Simplemente saben que no se pueden ir sin avisar, pero no han comprendido por qué y cuando se ven en esta situación, de repente, les ofrecen algo súper interesante y puede que se terminen yendo», añade esta misma psicóloga, que también imparte numerosos talleres de Disciplina Positiva para padres y educadores.
Para hacerles partícipes de la reflexión ella recomienda utilizar ejemplos y hacerles ver que tampoco los «papás» se van sin avisar, es decir, que también la norma les incluye a ellos. «Se le puede decir: ‘Imagínate que estamos en un centro comercial o vamos a un parque y que de repente mamá desaparece. Tú no la ves, se ha ido con otra persona porque le dice que le va a enseñar unos libros. ¿Cómo te sentirías tú? ¿No estarías preocupado? Quizá dirías, ‘mamá, ¿dónde estás? ¿Por qué no me has avisado?». Así, además, los niños también podrán empatizar con sus padres, dice.
Por otra parte, según los expertos, es recomendable explicarles con naturalidad los motivos por los que tienen que avisar:
«Es fundamental decirles que la mayoría de la gente es muy buena, que es estupenda, pero que hay algunos que no lo son y que por eso no pueden irse con cualquiera», apunta Urra, incidiendo en que los niños deben saber que sucesos como el de Lardero son infrecuentes. No pueden quedarse con el mensaje, dice, de que hay una gran probabilidad de que les ocurra lo mismo o de que sean engañados.
“Es fundamental decirles que la mayoría de la gente es muy buena“
De por sí, con esta conversación, «les estás quebrando un poco la inocencia y les estás inyectando un poco de paranoia» en beneficio de la prevención, dice Urra, que ha representado a España en foros internacionales como Naciones Unidas o el Parlamento Europeo, y que fue Defensor del menor en la Comunidad de Madrid. A su juicio, lo que hay que evitar a toda costa es trasladarles un miedo excesivo y que, por evitar una situación poco probable, se les genere una gran inseguridad o alarma en su día a día.
Con él coinciden también Díaz y García Pueyo, quienes, en este sentido, recomiendan ofrecer la información justa a los pequeños. También en caso de que el propio niño sea quien haga preguntas conviene responder a sus cuestiones sin ofrecer detalles que puedan causarles inseguridad.
En el caso del asesinato de Lardero, ya es suficiente que sepan que el agresor se llevó al menor mediante engaños y que fue asesinado. No aportaría nada hablarles de cómo apareció o qué había hecho anteriormente el detenido. Del mismo modo, recuerdan que los niños siempre tienen su «radar» y, aunque los adultos crean que no escuchan sus conversaciones o que no están atentos a las noticias que se cuentan en televisión, se les quedan muchos mensajes inadecuados.
«Por eso es muy necesario conversar con ellos, tranquilizarles y darles seguridad. Decirles ‘no te va a pasar nada a ti porque estás rodeado de personas que te protegen’. Pero para eso tenemos que saber siempre dónde estás», apunta Díaz.
Estos consejos siguen una línea opuesta a la que se aplicaba en el pasado, comenta García Pueyo. Aquellas advertencias que generaciones atrás se les hacía a los niños sobre el posible acecho de «el coco» o «el hombre del saco» no son, en absoluto, positivas.
Tampoco es bueno provocar en los menores un estado de «hiperalerta», dice Díaz: «Los padres fóbicos desarrollan hijos que también suelen tener fobias y se convierten en adultos como ellos. Esto no es bueno. Al final, son miedos inculcados que son del padre o de la madre, pero lo normal es que las personas desarrollemos miedos en función de nuestra propia experiencia y que no sean traspasados».
“Los padres fóbicos desarrollan hijos que también suelen tener fobias“
«Por ejemplo, puede que si tengo un accidente de tráfico desarrolle miedo a incorporarme a la autovía, pero es porque he tenido un accidente de tráfico. Que mi hijo desarrolle ese miedo al coche, sin haber tenido una experiencia, significa que se lo he generado yo. Por eso incido en la importancia de respetar el límite entre tu hijo y tú«, agrega Díaz, convencida de que este consejo se puede aplicar a otras circunstancias y a otro tipo de temores.
Por otro lado, Urra señala que en este asunto no hay que obviar que los niños son «crédulos», por lo general, y que eso es algo que criminales como el de Lardero saben perfectamente. A eso se suma otro «atributo» infantil que hace más difícil para un niño decir ‘no’: la curiosidad. «Si los adultos somos fácilmente engañables, imagínate un niño», incide.
También él deja claro que el hecho de que un menor acceda a irse con un desconocido no implica necesariamente que haya recibido peor educación o que sea menos inteligente.
Díaz lo explica así: «Yo creo que influye incluso el contexto. En entornos más rurales o en pueblos más pequeños los niños son más abiertos y suele haber menos miedo a que pase algo. En Madrid yo noto que es distinto, que las salidas están más estructuradas. También hay niños que, por variables de personalidad, por haberla construido en ambientes de confianza, no ven el riesgo. Puede haber múltiples factores».
Después de más de una semana de guerra en Ucrania es inevitable que la mayoría de niños hayan visto noticias sobre el conflicto en televisión o escuchen a diario hablar sobre lo que ocurre. Muchos de ellos, probablemente, se harán preguntas sobre los bombardeos, sobre los edificios destruidos que salen en las imágenes o sobre las familias que están teniendo que huir de sus hogares, sin que puedan llegar a comprender la magnitud de la tragedia. Por eso, es muy importante, dicen los expertos, abordar el tema sosegadamente en casa y no dejar que sean sus mentes infantiles las que interpreten los mensajes catastróficos que les llegan.
«Hay que explicárselo. Mi mensaje para cualquier papá o educador es que les cuenten lo que pasa adaptando el lenguaje a su edad y sin meterles miedo», dice a RTVE.es la psicóloga Angélica Tilly, que asegura que un buen número de los menores a los que atiende en su consulta le han hecho alguna alusión a la guerra en los últimos días. Además, ella tiene dos hijos (de 4 y 8 años) que también hacen preguntas y a los que siempre intenta aclarar las dudas.
«La pequeña el otro día vino del ‘cole’ diciendo que había una guerra en Rusia. Tuve que explicarle que no era en Rusia, pero que sí había una guerra y que hay rusos. Hay que ponerse en la mente de un niño de cuatro años, y más en la de un niño europeo porque en Europa, entre el COVID y esto, es ahora cuando se está perdiendo la sensación de seguridad que había antes, de que aquí nunca pasa nada (…) Es mucho mejor que seamos nosotros quienes se lo expliquemos; que sepan que no está pasando aquí al lado y que es un conflicto que empezó hace muchos años porque los niños con la inmediatez pasan miedo«.
Alejandra Fernández Fitera, psicóloga infanto-juvenil y educativa, cree que, incluso cuando los niños no preguntan, hay que sacar el tema porque puede ser que reciban información de un lado u otro y se lo guarden. «Las imágenes están a su alcance. Es imprescindible no omitir lo que está pasando, no evitar la conversacion, aunque sea incómoda. Lo primero es preguntarles qué es lo que saben y escucharlos con mucha paciencia, dejándoles hablar. Esto es esencial para ver cómo lo están percibiendo y se les puede plantear así: ‘En casa estamos preocupados por lo que sale en la tele. Tú, ¿cómo lo estás viviendo?’ Es decir, darles la posibilidad de que puedan hablarlo en casa», explica.
A partir de ahí, en función de lo que cuenten, hay que ir «acompañándoles» en sus reflexiones y responder a todas sus preguntas con un lenguaje distinto, en función de la edad y de la madurez del niño.
En general, a partir de los nueve años, ya habrán hablado probablemente de la guerra en el colegio y tendrán asimilados algunos conceptos, pero también conviene explicarles la situación porque es frecuente que, sobre todo los mayores de 12 años, tengan muy asociados estos conflictos a los vídeojuegos o las películas. En estas edades lo que sugieren los expertos es conversar de forma más abierta, buscar información junto a ellos sobre el origen del conflicto, en 2014, o recurrir a vídeos explicativos y mapas que puedan ayudarles a comprender mejor lo que está pasando.
En cambio, en el caso de los más pequeños, aunque sea importante contarles la verdad de lo que sucede, es fundamental huir de un lenguaje que provoque alarma o que pueda generarles angustia.
Otra psicóloga infantil y de familia consultada, Alejandra García Pueyo, ve esto muy importante pero también incide en que hay que «dosificar» la información. No se trata, puntualiza, de aislarlos de lo que sucede ni de apagar la televisión, pero sí cree que no es buena una sobrexposición de los pequeños a imágenes que incluso «impactan» a los adultos.
Lo mismo opina Mariano De Vena, un psicólogo también experto en niños y adolescentes: «No es necesario que vean cómo explota un coche o una bomba en una plaza y cómo eso hace que la gente sale huyendo», afirma.
Los cuatro expertos coinciden en que la empatía es una capacidad que se desarrolla a edades muy tempranas y aseguran que para ellos puede ser especialmente duro ver cómo otros niños y niñas aparecen asustados o llorando en televisión. Algunos, además, son especialmente sensibles y estas imágenes pueden provocarles mucho miedo o derivar en pesadillas nocturnas.
Por eso, nuevamente, insisten en que hay que transmitirles seguridad en todo momento y, en el caso de que vean imágenes muy trágicas, lo mejor es hablar con ellos sobre sus emociones: «Si nos dicen ‘tengo miedo’ o ‘estoy triste’ es importante no hacer de menos esas emociones, sino sostenerlas. Como adultos podemos decirles que es normal y que también nosotros podemos estar sintiendo lo mismo, pero todo desde un enfoque no catastrófico», añade Fernández Fitera.
Una de las preguntas más comunes y más difíciles de definir, sobre todo en el caso de los más pequeños, es la de «¿qué es la guerra»? La tarea de definirlo para un niño se complica aún más cuando toca responder por qué ocurre o cuando quieren saber si hay buenos o malos.
De Vena cree que hay que explicarles, de manera sencilla, que una guerra es «un conflicto entre dos países», llevándolo a ejemplos que puedan resultarles cotidianos: «Se le puede decir que, igual que dos hermanos pueden tener un conflicto y pelearse porque cada uno quiera una cosa, cuando un país y otro país tienen diferencias, tienen problemas, pueden pelearse y desencadenar una guerra si no lo hablan y están muy enfadados».
«Quizá también podemos enseñarles en el mapa los dos países y decirle que uno quiere un pedacito de tierra y que el otro no quiere dárselo, y que por eso se pelean. Ahí es donde podemos introducir el tema de cómo gestionar los conflictos y dejar claro que esta no es la mejor forma de hacerlo. Se le puede preguntar, ¿tú cómo lo harías?, ¿cómo le pondrías tú solución?«, apunta Fernández Fitera, quien cree que esto puede ayudar a reforzar la importancia del diálogo y el entendimiento.
Tilly también coincide en que ese es el mejor enfoque. Desde su punto de vista, lo conveniente es hacerles ver que la guerra se ha dado por una falta de acuerdo en vez de decirles que hay «gente mala» o entrar en un posicionamiento más político, ya que para los niños pequeños seá difícil de comprender y pueden llegar a conclusiones, dice, que no son las más adecuadas.
Según explica De Vena, lo que más le asusta a muchos niños es que esa guerra pueda alcanzarles y lo que propone para alejarlos de esa idea es explicarles que la discusión entre Rusia y Ucrania «venía de hace mucho tiempo» y que España, en cambio, «no está discutiendo» con ningún otro país desde hace años. Así disminuirá su angustia porque verán, dice, que las circunstancias son distintas y que no es probable que aquí pase lo mismo.
Tilly señala que algunos niños también le preguntan «¿por qué España y otros países no hacen nada»? , y cree que, independientemente de si se lo cuestionan o no, es bueno decirles que hay otros países intentando que haya una solución y que también España está ofreciendo ayuda. Es decir, hay que transmitirles que la guerra no es buena y que nadie la quiere.
«Tienen que saber que toda Europa está intentando solucionarlo y aprovechar para decirles que las peleas no sirven para nada, que es importante hablar para que haya acuerdos y que lo habrá también entre estos dos países. Si no, se agobian porque ven que no hay solución. Los niños pueden quedarse solo con lo malo y nosotros tenemos que intentar que se queden con el mensaje constructivo, que saquen ideas buenas», opina Tilly.
También hay otros pequeños que preguntan por qué hay gente que se ha ido de sus casas. En cuanto a esto, lo más importante, según las expertas, es hablarles de la protección que les están brindando otros países.
«Se pueden trabajar valores como la solidaridad y la empatía. Hay que decirles que están teniendo que marcharse para que no les hagan daño mientras pelean, pero que otros países les dan comida, pañales o leche (…) Es bueno que vean cuánta gente se ha volcado, transmitirles que hay mucha gente solidaria», dice García Pueyo.
En cuanto a esto, tanto ella como el resto, propone a los padres que hagan a sus hijos partícipes de algunas de las iniciativas que están surgiendo para ayudar a los ucranianos: «Mi hija ha llevado comida al cole, porque estan preprarando una campaña de recogida. Esto es muy bueno porque así ella siente que es parte de la solución», apunta Tilly sobre una iniciativa que recomienda hacer a otros centros educativos y que también el resto de profesionales de la salud mental ven positiva.
«Muchos niños tienen ya mucho sentimiento de compasión ante el que sufre y es bueno que de alguna manera puedan resarcirse de ese sufrimiento. Es positivo hacerles sentir útiles en la ayuda destinada a gente que perciben que está sufriendo, ya sea a través de un dibujo, de un escrito, de una donación (aunque sea de un euro) o de un paquete de macarrones que se le entregue a los desfavorecidos. Les da alivio saber que están haciendo algo por los demás», dice De Vena.
Por otro lado, los expertos señalan que hay algunos niños que, por su personalidad, se pueden preocupar más de lo normal por la información que reciben. Algunos podrían no expresar su temor verbalmente pero que sí hacerlo a través de dibujos o de juegos.
«Si quiere hacer un dibujo sobre la guerra o si quiere jugar a la guerra o escenificarla, no hay que preocuparse. Es mejor dejar que lo hagan porque es una forma de expresar ese malestar y hay que acompañarlo. No hay que decirle ‘qué horror de dibujo’, sino preguntarle: ‘¿qué has dibujado?’ o ‘¿qué te preocupa?'».
García Pueyo cree que si hay niños especialmente inquietos también se les puede proponer, precisamente, hacer un dibujo que pudiera gustarle a quienes están sufriendo el conflicto o escribirles una carta en la que expresen sus deseos. Además, sugiere a los padres buscar algún cuento infantil que aborde el tema de la guerra.
Tras compartir sus consejos, De Vena explica que los niños han tenido que ir acostumbrándose en los últimos dos años a un contexto menos amable que el que había antes de 2020; primero, la pandemia (con el confinamiento, los toques de queda o las mascarillas), y ahora una guerra que, aunque les quede lejos físicamente, sienten cerca por la presencia que tiene en los medios o en las conversaciones de los adultos.
En este sentido apunta que todo suceso negativo, «en función de cómo se enfoque o cómo se resuelva», puede ser «empoderante» para el niño: «Si acaba sintiéndose más aliviado después de hablarlo, de comprenderlo, cuando todo acabe en un futuro, igual digiere mucho mejor la sensación de rabia o de impotencia que le puedan generar otras situaciones en la vida», explica el psicólogo, subrayando una vez más la importancia de que los padres no eludan el tema, «como si no sucediera nada».
«Tolerar adversidades, manejar frustraciones y vivir situaciones de este tipo tan desagradables, dentro de lo malo, puede fortalecerles y favorecer que se endurezcan, por así decirlo; puede ayudar a que desarrollen un sistema de respuesta ante futuros eventos y que sean menos ‘blanditos’ de cara a afrontar los problemas personales en el futuro», concluye el psicólogo.